¿Qué tal si nos permitirnos pensar de manera imaginativa acerca de nuestro futuro? Año 2050
Nadie sabe cómo serán en 2050 el mercado laboral, la familia o qué religiones, sistemas económicos y estructuras políticas dominarán el mundo. Con tantas posibilidades, ¿a qué debemos prestar atención?
El mundo está cambiando más deprisa que nunca, y nos vemos inundados por cantidades imposibles de datos, de ideas, de promesas y de amenazas. Los humanos ceden su autoridad al libre mercado y a algoritmos externos debido en parte a que no pueden abarcar el diluvio de datos. En el pasado, la censura funcionaba bloqueando información. En el siglo XXI, la censura funciona avasallando a la gente con información irrelevante. La gente simplemente ya no sabe a qué prestar atención, y a menudo, pasa el tiempo debatiendo asuntos secundarios. En tiempos antiguos, tener poder significaba tener acceso a datos. Hoy en día, tener poder significa saber qué obviar.
La sociedad actual cree aún en dogmas humanistas y usa la ciencia con la finalidad de ponerlos en marcha. A lo largo del siglo XXI bien pudiera ser que el contrato entre la ciencia y el humanismo se desmorone y dé paso a un tipo de pacto muy diferente entre la ciencia y alguna nueva religión posthumanista. ¡Vamos a verlo!
Hasta hoy el humanismo sostiene y defiende el mercado libre y las elecciones democráticas porque cree que cada humano es un individuo único y valioso, cuyas opciones libres son la fuente última de autoridad. Imaginemos ahora que durante el siglo XXI sucedan (si es que no están sucediendo ya) tres acontecimientos prácticos que pueden hacer que esta creencia haya quedado obsoleta:
- Los humanos perderán su utilidad, o sea, su valor.
- El sistema encontrará valor en los humanos colectivamente, pero no en los individuos.
- El sistema seguirá encontrando valor en sólo algunos individuos, pero estos serán una nueva élite de superhumanos mejorados y no la masa de la población.
Examinemos estas tres amenazas:
La primera amenaza hace que en el siglo XXI la mayoría de los hombres pierdan su valor militar y económico debido a los avances tecnológicos. Los ejércitos más avanzados del siglo XXI se basan en tecnología. En lugar de carne de cañón ilimitada, ahora sólo necesitamos un pequeño número de soldados muy bien adiestrados, un número aún menor de superguerreros de fuerzas especiales, y un puñado de expertos que sepan producir y emplear tecnología sofisticada. Fuerzas de alta tecnología dirigidas por drones sin piloto y cibergusanos informáticos sustituyen a los ejércitos de masas del pasado, y se delegan cada vez más decisiones a los algoritmos.
También en la esfera económica, la capacidad de sostener un martillo o de pulsar un botón tiene menos valor. En el pasado eran muchas las cosas que sólo los humanos podían hacer. Pero ahora robots y ordenadores nos están dando alcance, y puede que pronto nos avancen en la mayoría de las tareas. Los ordenadores funcionan de manera muy distinta a los humanos y parece improbable que se transformen pronto en algo próximo a lo humano. Concretamente, no parece que los ordenadores estén a punto de tener conciencia ni de empezar a experimentar emociones y sensaciones. A lo largo de las últimas décadas ha habido un avance inmenso en inteligencia informática, pero el avance en conciencia informática ha sido nulo. Sin embargo, estamos en el umbral de una revolución trascendental. Los humanos corren el peligro de perder su valor porque la inteligencia se está desconectando de la conciencia.
La segunda amenaza a la que nos enfrentamos es que mientras el sistema todavía puede necesitar humanos, podría no necesitar individuos. Los humanos continuarán componiendo música y enseñando física, pero el sistema comprenderá a estos humanos mejor de lo que ellos mismos se comprenden y tomará por ellos la mayor parte de las decisiones importantes. Por lo tanto, el sistema privará a los individuos de su autoridad y de su libertad. La tecnología del siglo XXI permitirá que algoritmos externos nos conozcan (y controlen) mejor que nosotros mismos, y, una vez que esto ocurra, la creencia en el individualismo se hundirá y la autoridad pasará de los individuos humanos a algoritmos en red. Las personas ya no se verán como seres autónomos que guían su vida en consonancia con sus deseos, y en cambio se acostumbrarán a verse como una colección de mecanismos bioquímicos supervisada y guiada por una red de algoritmos informáticos. Para que esto ocurra, no hay necesidad de que un algoritmo me conozca a la perfección y nunca cometa ningún error. Bastará con que me conozca mejor que yo mismo y que cometa menos errores que yo. Y entonces tendrá sentido que, cada vez más, yo confíe mis decisiones y opciones de mi vida a ese algoritmo.
La tercera amenaza es que algunas personas seguirán siendo indispensables, pero constituirán una élite reducida y privilegiada de humanos mejorados. Estos superhumanos gozarán de capacidades inauditas y de creatividad sin precedentes, lo que les permitirá seguir tomando muchas de las decisiones más importantes del mundo. Desempeñarán servicios cruciales. Sin embargo, el resto de los humanos, la mayoría, no serán mejorados, convirtiéndose así en una casta inferior dominada tanto por los algoritmos como por los nuevos superhumanos.
Si pensamos en términos de décadas, el calentamiento global, la desigualdad creciente y el mercado laboral cobran mucha importancia. Pero si adoptamos una visión realmente amplia de la vida, todos los demás problemas y cuestiones resultan eclipsados por tres procesos interconectados:
- La ciencia será un dogma universal donde los organismos biológicos (las personas) se podrán definir como algoritmos y su vida será un programa de datos.
- No existirá conexión entre inteligencia (artificial) y conciencia.
- Algoritmos (no conscientes) pero inteligentes nos conocerán mejor que nosotros mismos.
Estos tres procesos hacen que me plantee tres interrogantes clave:
- ¿Son en verdad los organismos (las personas) sólo algoritmos y en verdad la vida es sólo procesamiento de datos?
- ¿Qué es más valioso: la inteligencia o la conciencia?
- ¿Qué le ocurrirá a la Sociedad y a la vida cotidiana cuando algoritmos no conscientes pero muy inteligentes nos conozcan mejor que nosotros mismos?
Si esto ocurre, estaremos más dormidos, más deshumanizados y más encerrados en el egoísmo y en el «sálvese quien pueda».
¿Es posible que “el sistema” aproveche esta crisis para acelerar el proceso de control y manipulación?
Busquemos una luz de esperanza… ¿Y qué podemos hacer?
Si, podemos no dejarnos manipular ni controlar.
Lo primero es no caer en el pánico porque el miedo, la inseguridad y la incertidumbre son el caldo de cultivo idóneo para la manipulación, la alienación y la inconsciencia. Hemos de mantener la serenidad, la calma y la consciencia. Debemos situarnos en la armonía y la conexión interior y ser capaces de sacar lo mejor de nosotros mismos y ponerlo al servicio de los demás.
Lo que somos realmente, es lo que elegimos ser, a cada momento, con nuestros actos y nuestras obras. Pues toca ser auténticos. Debemos ver en lo que está ocurriendo una oportunidad para despertar, para cultivar la solidaridad, la generosidad, la empatía y la comprensión. El poder, la riqueza, la competencia y el apego a lo material no deberían estar invitados a nuestro nuevo futuro.
¿Estás tu invitado al nuevo futuro?
Esta es la gran pregunta que tienes que hacerte. Y esta pandemia, con todo lo dramático que implica, nos está dando espacio y tiempo para que reflexiones, tengas claridad y decidas.