Es interesante saber que durante los primeros 8 – 10 años de edad, la palabra que más oyen los niños con un promedio de unas 35 veces al día, es la palabra «NO».
Podemos entonces comprender que muchos niños a base de oír continuos “noes” y “prohibido” acaban por creer que jugar, arriesgarse, ensayar y vivir casi está prohibido.
Naturalmente, la educación también consiste en poner los límites necesarios para aprender a convivir, a saber ser libres y a respetar la libertad de los demás.
Y los siguientes ejemplos se deberán matizar siempre, en el sentido de que si se da una orden o una negación, debe justificarse siempre para que se entienda correctamente. Pero si el “no” se convierte en el método habitual, sin más explicaciones, y sin tener en cuenta que un niño puede y debe experimentar con el entorno, irá perdiendo su naturaleza espontánea, las ganas de escuchar, de compartir, de tomar riesgos, de inicir nuevos retos. Como dice la canción “esto no se hace, esto no se dice, esto no se toca”.
Pero no tenemos bastante con los “noes”, frecuentemente utilizamos otras expresiones perversas, eso sí, siempre con la mejor intención: «eres mi campeón», “qué majo eres”, “no seas malo”, “pero qué guapo”, “eres mi muñequita”, “eres un animal”, “mi princesa”, “eres un trasto”, “eres un bicho”, “eres igual que tu padre”, “serás el mejor de la familia”, etc. y así hasta el más chocante “eres especial”… ¡Toma ya! ¿especial en qué y para qué?.
Lo creamos o no, todas estas afirmaciones se van instalando en la mente inconsciente y nos hacen creer lo que no somos y o lo que deberíamos ser.
Ahora viene la otra carga de profundidad. También les decimos «cómo» tienen que hacer: esfuérzate, lucha, trabaja, sé fuerte, venga que tú puedes, vigila, no llores, sé complaciente, y así… Y no es que sea incorrecto. Al igual que en la negación, también debería justificarse.
Todas estas consignas se graban firmemente en el inconsciente, que recordemos que procesa millones de veces más rápido que la mente consciente y calladamente va moldeando el carácter y las creencias de las personas.
Por ejemplo, hay personas que se pasan la vida complaciendo e intentando agradar a los demás, hasta tal punto que llegan a olvidarse de ellos mismos. Van diciendo amén a todo en la vida aunque internamente no estén de acuerdo. Y para compensar esa desazón, caen probablemente en adicciones, a la comida o quizá peor, a drogas, para aplacar su ansiedad. Esa necesidad de complacer a «un otro» en el que proyectan a ese papá o mamá, viene por ese temor inconsciente al castigo y a la necesidad de aceptación y de ser queridos a toda costa. Es una esclavitud incosciente.
Hay otros en los que el mensaje grabado puede ser, por ejemplo, “puedes hacerlo mejor”, y que lo interpreten como “no soy lo suficientemente bueno” o bien “debo ser perfecto”, y encima algunos están tan contentos de presumir de «perfeccionistas». Pues venga, a pagar con ansiedad el querer tenerlo todo controlado y que todo sea perfecto (según ellos, claro).
También nos han dicho que tenemos que ser fuertes. No diré que no, pero hay que matizar. Muchas veces el que va de fuerte lo que está haciendo es esconder y esconderse de sus propias debilidades. El problema de ir de fuerte es que puede conllevar graves consecuencias físicas y emocionales, fruto de una represión a expresar su debilidad a través de sentimientos afectivos o emociones como el miedo o la tristeza. Quién no ha oído alguna vez por ejemplo “los hombres no lloran” o bien “la vida es dura, hay que ser fuerte”.
Otro de los divertidos es el famoso “vigila”, “ten cuidado”. Se puede interpretar como una invitación a no hacer, a quedarnos bloqueados, a asociarlo con el riesgo, con la amenaza, inhibiendo toda tentativa de logro o de llegar a ser persona.
Otro ejemplo que llevado al extremo es nocivo es el “esfuérzate”. Esto hace creer a veces que las cosas que no se logran con mucho esfuerzo no tienen valor. Por lo tanto «voy a ponerme metas y objetivos que requieran mucho esfuerzo, aunque no sirvan para nada». Una bonita manera de complicarse la vida sin necesidad.
Nuestros sentimientos son fruto de nuestros pensamientos. Nuestros pensamientos están basados en nuestras creencias. Y muchas de nuestras creencias probablemente son erróneas. Entonces me atrevo a decir que el sufrimiento es un sentimiento que probablemente sea erróneo.
Podemos decir que lo que creemos que somos es en gran medida un “cóctel de órdenes” que tenemos instalado en nuestro inconsciente y con el que, con la mejor intención y con todo el cariño, nos programaron desde pequeños.
Ahora ya podemos complicar más la pregunta final, que probablemente admite muchas respuestas:
¿Quién soy yo?
Alguien dirá “ya me lo decía mi padre, soy un inútil y un patoso”. Más que probablemente no habrá pensado que su información genética no tiene nada de patosa ni de inútil, y que se lo acabó creyendo a base de repeticiones.
Es muy importante que nos paremos un momento y analicemos si en realidad somos como nos han hecho creer que somos.
Todos creamos nuestra verdad a partir de nuestros sentimientos, emociones, pensamientos y creencias. Y claro, además nuestro ego nos hace creer (creencia) que tenemos la razón, y que además debemos imponerla por el bien de los demás o el propio, o sufrir si nos imponen una ajena.
Esto es lo que hemos de trabajar porque sólo hay una verdad: estar en paz y ser feliz aquí y ahora. Bueno, quizá no sea ni la única ni verdad, pero por lo menos es mucho menos agotadora y más gratificante.
Tú decides quién eres, procura sentir, pensar y creer que eres tu mejor versión. Porque estoy seguro de que, en realidad, eres mucho mejor de lo que crees.