Nos encontramos ante dos fantásticas palabras: inteligencia y emocional. En cuanto a emocional podemos deducir más o menos que esto va de emociones. Pero detengámonos antes un poco en la inteligencia.
Voy a asumir el riesgo de hablar de la inteligencia sin caer en los típicos tópicos…
¿Qué es la inteligencia?
El término inteligencia proviene del latín intelligentia, que a su vez deriva de inteligere. Esta es una palabra compuesta por otros dos términos: intus (“entre”) y legere (“escoger”). Por lo tanto, el concepto de inteligencia hace referencia a quien sabe elegir: la inteligencia posibilita la selección de las alternativas más convenientes para la resolución de un problema.
Según esto, un individuo es inteligente cuando es capaz de escoger la mejor opción entre las posibilidades que se presentan a su alcance para resolver un problema.
Si la definición anterior fuera globalmente aceptada, pues ya lo tendríamos. Pero lamentablemente existen casi tantas definiciones como personas que se han dedicado a definirla. Por ello existen muchos conceptos erróneos acerca de la inteligencia, incluso se han creado diversos conceptos y mecanismos para estimar la inteligencia, como por ejemplo el más conocido como cociente intelectual (CI) de los individuos. Sin embargo, con este, sólo se analizan las capacidades de lógica, matemática y lingüística de una persona, obteniéndose resultados poco precisos de la su verdadera capacidad. Lo peor del caso es que, en muchas ocasiones, se han dado por no aptas a personas con grandes capacidades, pero con un CI realmente modesto.
Seguro que hay muchas más, pero por nombrar algunas, veamos diferentes tipos de inteligencia que deberían tenerse en cuenta para conocer más correctamente las capacidades de las personas: la Inteligencia lógica-matemática, la Inteligencia lingüística-verbal, la inteligencia visual-espacial, la Inteligencia corporal-cinética, la inteligencia interpersonal e intrapersonal, la inteligencia musical, la inteligencia naturalista, incluso la inteligencia artificial…
Y nos hemos dejado a una de las que están más de moda: la inteligencia emocional. Pues aquí nos pasa lo mismo. Hay definiciones para todos los gustos, pero algunos aspectos son comunes en muchas de ellas.
Vamos por pasos…
Diversos estudios coinciden en que el cociente intelectual apenas si representa un 20% de los factores determinantes del éxito. El 80% restante depende de diversas variables, como pueden ser la clase social, la motivación del individuo y en gran medida, la inteligencia emocional.
Así, la capacidad de motivarse a sí mismo, de perseverar en un empeño a pesar de las frustraciones, de controlar los impulsos, diferir las gratificaciones, regular los propios estados de ánimo, controlar la angustia y empatizar y confiar en los demás parecen ser factores mucho más determinantes que las medidas del desempeño cognitivo.
En cada uno de nosotros se solapan dos mentes distintas: una que piensa y otra que siente.
Estas dos facultades relativamente independientes reflejan el funcionamiento de circuitos cerebrales diferentes, aunque interrelacionados. De hecho, el intelecto no puede funcionar adecuadamente sin el concurso de la inteligencia emocional y la adecuada conexión entre el sistema límbico y el neocórtex. En muchas ocasiones, estas dos mentes mantienen una adecuada coordinación, haciendo que los sentimientos enriquezcan los pensamientos y lo mismo a la inversa. Algunas veces, sin embargo, la carga emocional de un estímulo despierta nuestras pasiones, activando a nivel neuronal un sistema de reacción de emergencia, capaz de secuestrar a la mente racional y llevarnos a comportamientos desproporcionados e indeseables, como cuando por ejemplo tenemos un ataque de cólera.
En el cerebro, la interrelación entre la amígdala y el neocórtex es la que, a parecer, despliega la inteligencia emocional. Estos procesos neuronales nos habilitan para tomar las riendas de nuestros impulsos emocionales, comprender los sentimientos de los demás, conducir convenientemente nuestras relaciones.
Tal y como dijo Aristóteles, «Poder enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto».
¿Y cuáles son esas habilidades? Pues hay muchas, pero me referiré a las que considero más importantes y en las que sí suele haber unanimidad de criterio y que son:
Autocontrol, el dominio de uno mismo. Los griegos llamaban sofrosyne a la virtud consistente en el cuidado y la inteligencia en el gobierno de la propia vida. Los romanos y la iglesia cristiana primitiva denominaban temperancia (templanza) a la capacidad de contener el exceso emocional.
Entusiasmo, la aptitud maestra para la vida.
Esperanza, que es algo más que la visión ingenua de que todo irá bien. Se trata de la creencia de que uno tiene la voluntad y la manera de llevar a cabo sus objetivos, cualesquiera que estos sean.
Optimismo, es una actitud que impide caer en la apatía, la desesperación o la depresión frente a las adversidades. Siempre y cuando, no se trate de un fantasear irreal e ingenuo.
Empatía, ponerse en cómo se sienten los demás. La palabra empatía proviene del griego empatheia, que significa “sentir dentro”, y sería la capacidad de percibir la experiencia subjetiva de la otra persona.
Nombre: Inteligencia. Apellido: EmocionalNombre: Inteligencia. Apellido: Emocional
Nombre: Inteligencia. Apellido: Emocional
Todas las personas venimos al mundo con un temperamento determinado. Los primeros años de nuestra vida tienen un efecto determinante en nuestra configuración cerebral y en gran medida, definen el alcance de nuestro repertorio emocional. Pero ni la naturaleza innata ni la influencia de la temprana infancia constituyen determinantes irreversibles de nuestro destino emocional.
Soy reacio a recomendar ningún tipo de terapia, ejercicio o práctica a nadie sin conocerlo personalmente pero sí que me atrevo a aconsejar de forma genérica la práctica del mindfulness como herramienta que ayuda, entre otras cosas, a conocer, entender y manejar mejor nuestras emociones.
Os invito a visitar la página www.mindfulnessenlaempresa.com que si bien está ideada originalmente para grupos, ofrece también programas individualizados para aprender a entender mejor nuestros instintos, emociones y sentimientos.
Siempre estamos a tiempo para aprender sobre nuestras emociones, ser conscientes de ellas y “dotarlas de inteligencia”.