Nos consideramos los seres superiores de este planeta por encima de cualquier otro tipo de vida manifestada en el mismo, sea mineral, vegetal o animal. Y debe ser verdad porque somos capaces de algo que ninguna otra forma de vida tiene.
El miedo racional
Obviamente, al igual que los animales, tenemos un tipo de miedo instintivo localizado en el cerebro reptil o paleoencefálico, puramente reactivo y que está diseñado para la supervivencia, es decir, huir o pelear. En algunas ocasiones también puede recurrir a mimetizarse o paralizarse para pasar desapercibido.
Pero, ¿y el miedo racional?. Básicamente es la capacidad de sufrir por algo que no ha sucedido y que probablemente no vaya a suceder, pero que hace bajar nuestra energía vital. ¿Parece de tontos, no?
Las rígidas creencias que nos han enseñado muchas veces nos llevan a situaciones de estrés, angustia, etc., y eso gasta mucha energía. ¿Y qué podemos hacer para evitarlo? Pues intentar inhibir el sistema defensivo del instinto y vivir las situaciones desde la comprensión, ya que las limitaciones están en nuestra mente.
Limitaciones que arrastramos desde la infancia, pues los niños aceptan como cierta toda la información que reciben que, al no ser verificada, se convierte en creencias que, de adultos, bloquean la mente para aceptar nueva información.
Poseemos tres tipos de información: el sistema defensivo (instinto), las creencias y la comprensión.
La mente se divide entre el inconsciente (miedos y traumas) y el consciente (parte sentimental y parte racional).
Además, el cerebro se compone del paleoencéfalo (instinto primitivo), el mesencéfalo (consciente) y el telencéfalo (conciencia analítica). En este último podemos verificar la información y convertirla en comprensión, que es lo que libera de las limitaciones mentales.
Los principales miedos son perder (lo que conlleva orgullo, inseguridad o pelea), enfrentarse (que conlleva timidez, inferioridad, sometimiento), ser abandonado (posesividad, celos, implorar) y morir (fobias, desconfianza, huida).
El secreto consiste en comprender que ya no es necesario defenderse, lo que permite desmontar los traumas y los miedos. Hay que iniciar una desensibilización gradual de las reacciones instintivas. No hay peor ataque que sentirse atacado.
En otras palabras, no nacemos con miedo, pero el miedo que nos creamos no nos permite amar.