Para muchos de nosotros quejarse se ha convertido en un modo de afrontar la vida. Nos quejamos por casi todo, porque incluso nos sirve para manipular a los demás. Somos muy egoístas y es una pena porque ese egoísmo es muy limitante ya que impide al pensamiento buscar soluciones y oportunidades.
Si pensamos correctamente la energía fluye e incluso crea, pero es más cómodo quejarse. Además, la queja es contagiosa, como casi todo el mundo se queja pues yo también.
Quien se queja está insatisfecho
Está claro que quien se queja está insatisfecho. Lo malo es que algunos eligen la queja como respuesta universal a todos sus problemas. Emplean más tiempo y energía en lamentarse, que en buscar soluciones para eso que les causa tanta insatisfacción.
La queja puede ser parte de una estrategia inconsciente de autocomplacencia. Es un recurso que utilizan quienes tienen fuertes sentimientos de culpa, y quieren probarse a sí mismos y al mundo que culpables no son. Más bien víctimas. Construyen la imagen de alguien que sufre mucho, para que los demás pasen por alto sus errores.
Las quejas, de tanto repetirse, se convierten en un estilo de vida. Un pésimo estilo de vida que deja preso al quejoso. Mental y emocionalmente se autocondiciona para estar atento a todo lo malo que pueda encontrar en el camino. Es como si cerrara las puertas a lo bueno, deja de percibirlo, no le da importancia. Lo positivo no le sirve para alimentar su posición existencial.
La insatisfacción inicial pudo haber surgido por un motivo razonable. Una pérdida, un abandono, una mala experiencia. Pero cuando se instala en el lenguaje y en la vida de una persona, poco a poco va volviéndose cada vez más trivial. Si antes se quejaba por una experiencia traumática, ahora se queja del calor, del frío, del día, de la noche, de la tele, o de una mosca que voló.
Estas personas son altamente desgastantes para quienes las rodean. En un principio pueden despertar cierta solidaridad, pero con el tiempo se hacen insoportables. Cuando los demás le expresen sus reparos, el quejoso habrá encontrado un nuevo motivo para lamentarse. Esa es su tragedia. Qué gran trampa, lo que ha creado en su aparente zona de confort en realidad es su autodestrucción.
Ampararse en la queja esconde una baja autoestima, creer poco en uno mismo. Pero hay que dejar de ir de «victimilla» por la vida y dejar de echarle a los demás y al mundo la culpa de nuestra propia incapacidad, de nuestros miedos.
Lo más curioso es que las personas más desfavorecidas, o quienes han atravesado por experiencias bastante duras, generalmente no son los que más se quejan.
Todos, absolutamente todos poseemos algún talento en el que destacamos solo que muchos no lo reconocen o no lo desarrollan. Los talentos pueden ser las habilidades (innatas) o las capacidades (aprendidas) pero pueden quedar en nada sino se materializan. Cuando se desarrollan y se llevan a cabo, entonces es cuando podemos decir que se transforman en competencias, es decir, somos competentes. Ojo aquí, digo competentes y no competitivos. Ya hablaremos es esto en otro artículo.
Pues ya tenemos el truco, hay que desarrollar algunas competencias para abandonar la queja y el victimismo: comprender, actuar y ser.
Comprender implica que no dejes que lo que no puedes no te deje hacer lo que puedes, o sea, la comprensión no tiene nada que ver con la compasión. Es el penúltimo peldaño hacia la sabiduría.
Actuar es amar la vida, tener valores e ilusión en el futuro. Todo cambia, todo está en movimiento constantemente. La supervivencia es adaptación al medio. No se puede fijar lo impermanente.
Y ser es aceptarse y saber vivir las propias emociones, acogerlas y respetarlas y, si algunas no te gustan no intentes cambiarlas. Si estás triste siéntelo, si tienes pena siéntela, si sientes dolor siéntelo, pero no sufras por ello, no luches contra ello, pero échale valor, ganas y decisión para ir a mejor. Transmuta tus creencias negativas.
Porque como dice el papa Francisco:
Quejarse hace daño al corazón
franciscus pp.