A quien no le han dicho alguna vez…
“Trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti”
Pues empezamos mal. ¿Acaso a ti te gusta lo mismo que a los demás?
La clave de la empatía es tratar a los demás como les gustaría que les trataran a ellos, no a ti. De lo contrario quizás les sigas tratando como no les gusta.
Pero vayamos por partes. Comencemos por lo empírico que siempre queda chulo. La palabra empatía proviene del griego empatheia, que significa “sentir dentro”, y denota la capacidad de percibir la experiencia subjetiva de la otra persona. Más tarde se amplió esta definición para referirse al «contagio» que se produce en una persona frente al sufrimiento ajeno, con el objeto de evocar idénticas sensaciones en sí misma.
La ciencia dice que el origen de la empatía son las neuronas espejo, las cuales se activan en respuesta a los actos y emociones de los demás, en una especie de intento del cerebro por experimentar lo que el otro experimenta. De ahí, por ejemplo, que bosteces cuando el otro bosteza. El bostezo es la empatía en su máxima expresión.
Algunas personas tienen más facilidad que otras para expresar con palabras sus propios sentimientos. Existe otro tipo de individuos cuya incapacidad absoluta para hacerlo los lleva incluso a creer que carecen de sentimientos. Peter Sifneos, psiquiatra de la Universidad de Harvard acuñó el término “alexitimia” que se compone del prefijo a (que no tiene), junto a los vocablos lexis (palabra) y thymos (emoción), para referirse a la incapacidad de algunas personas para expresar con palabras sus propias vivencias.
No es que los alexitímicos no sientan, simplemente carecen de la capacidad fundamental para identificar, comprender y expresar sus emociones. Este tipo de ignorancia hace de ellos personas planas y aburridas, que suelen quejarse de problemas clínicos difusos, y que tienden a confundir el sufrimiento emocional con el dolor físico. Pero el efecto negativo de esta condición va más allá de sí mismos. Así, al no tener la menor idea de lo que sienten, lo peor es que los alexitímicos se encuentran completamente desorientados con respecto a los sentimientos de quienes les rodean.
Otra cosa diferente es cuando no se expresan los sentimientos porque no se tienen. ¿Sabes cómo se llama a las personas que no tienen empatía porque no tienen sentimientos? Psicópatas. Ellos no pueden empatizar ni sentir remordimientos, por eso interactúan con las demás personas como si fueran objetos o medios para sus propios fines.
Se calcula que un uno por ciento de la población es psicópata, que no es poco, y desde luego no tienen porqué ser asesinos. Pueden ser tu vecino, tu jefe o el señor que te vende el pan. Habitualmente su conducta es afable, pero nunca muestran sentimientos de culpa o ansiedad, y sus relaciones de amistad suelen durar muy poco. Son egocéntricos y no son conscientes de las consecuencias de sus actos sobre los demás. ¿Quizá conoces alguno?
Pero volvamos a la empatía. Diversas observaciones han permitido identificar la habilidad empática desde edades muy tempranas, como en niños de meses de edad que rompen a llorar cuando ven a otro niño caerse, o niños un poco mayores que ofrecen su peluche a otro niño que está llorando y llegan incluso a mimarlo.
A lo largo de la vida, esa capacidad para comprender lo que sienten los demás nos afecta en muchas facetas de nuestra vida, desde las ventas hasta la dirección de empresas, pasando por la política, las relaciones amorosas y la educación de los hijos.
A su vez, la ausencia de empatía suele ser un rasgo distintivo de las personas que cometen los delitos más execrables: psicópatas, violadores y pederastas. La incapacidad de estos sujetos para percibir el sufrimiento de los demás les infunde el valor necesario para cometer sus delitos, que muchas veces justifican con mentiras inventadas por ellos mismos, como cuando un padre abusador asume que está dándole afecto a sus hijos o un violador dice que su víctima lo ha incitado al sexo por la forma en que iba vestida.
¿Y por qué uno es más empático que otro?
Pues vaya usted a saber, pero también podríamos preguntarnos por qué uno es más guapo que otro, o más simpático o más listo, etc… pero vamos a ver si, como siempre, la educación recibida nos da alguna pista.
Hay estudios que verifican que buena parte de las diferencias en el grado de empatía se hallan directamente relacionadas con la educación que los padres dan a sus hijos. En los momentos de intimidad entre padres e hijos es donde se está dando el aprendizaje fundamental de la vida emocional. A eso lo podemos llamar sintonizar o sintonía emocional. Es decir, existe sintonización entre dos personas cuando una constata que sus emociones son captadas, aceptadas y correspondidas con empatía por la otra.
El coste de la falta de sintonía emocional entre padres e hijos es extraordinario. Cuando los padres fracasan reiteradamente en mostrar empatía hacia una determinada gama de emociones de su hijo, como el llanto o sus necesidades afectivas, el niño dejará de expresar ese tipo de emociones y es posible que incluso deje de sentirlas. De esta forma, y en general, los sentimientos que son desalentados de forma más o menos explícita durante la primera infancia pueden acabar desapareciendo por completo.
Por fortuna, las investigaciones también han visto que las pautas en las relaciones se pueden ir modificando y que, si bien es cierto que las primeras relaciones infantiles tienen un impacto enorme en la configuración emocional, el sujeto se enfrentará a una serie de relaciones “compensatorias” a lo largo de su vida, con amigos, familiares o hasta con un terapeuta, que pueden ir remodelando sus pautas de conducta emocional.
Finalmente, investigaciones sobre la comunicación humana confirman que más del 90% de los mensajes emocionales es de naturaleza no verbal, y se manifiesta en aspectos como la inflexión de la voz, la expresión facial y los gestos, entre otros. De ahí que la clave que permite a una persona acceder a las emociones de los demás radica en su capacidad para captar los mensajes no verbales. De hecho, diversos estudios han evidenciado que los niños que tienen más desarrollada esta capacidad muestran un mayor rendimiento académico que el de la media, aún cuando sus coeficientes intelectuales sean iguales o inferiores a los de otros niños menos empáticos. Esto nos da a entender que la empatía favorece el rendimiento escolar o, tal vez, que los niños empáticos son más atractivos a los ojos de sus profesores.
Y aclaremos que la empatía no es la capacidad de sentir lo que el otro siente. Si fuera así estaríamos sufriendo altibajos emocionales durante todo el día. La empatía es entender lo que el otro siente y responder en consecuencia.
Vale, todo esto està muy bien pero…
¿para qué sirve ser más empático?
Empatizar con alguien es simplemente lograr que esa persona se sienta comprendida. Si lo consigues, serás capaz de cambiar el rumbo de una relación en un instante. El efecto de las neuronas espejo provoca que tu interlocutor se sienta en deuda contigo y quiera entenderte a ti también cuando reflejas sus emociones o le dices que entiendes lo que siente.
Así pues, ser empático tiene varias ventajas:
Caerás mejor a la gente, serás mucho más persuasivo, te convertirás en el centro de atención y te harás escuchar, mejorarás tu capacidad de liderazgo y motivación, comprenderás rápidamente qué les pasa a los demás.
Como ves, entender las motivaciones de alguien y responder a ellas es una de las herramientas más potentes que jamás tendrás para socializar, y es una capacidad que se puede aprender y mejorar.
Para cuadrar este círculo, nos falta hablar de otra palabra maravillosa y que está de moda, la asertividad. Pronto hablaremos de ella…
Toda relación social tiene que ver con la empatía. Es imposible odiar a alguien si realmente lo entiendes. Todos somos humanos con iguales emociones y parecidas motivaciones. Simplemente, nos han puesto en lugares y situaciones distintas.